sábado, 16 de marzo de 2013

En tierras bajas/ Herta Müller

Oí al cerdo. Estaba gimiendo.
Su resistencia era tan débil que las cadenas resultaban superfluas.
Estaba tumbada en la cama. Sentí el cuchillo en el gaznate.
Me dolía, la incisión era cada vez más profunda, la carne se me iba calentando, algo empezó a hervirme en la garganta.
La incisión se hizo mucho más grande que yo, más grande que la cama, ardía bajo la manta, palpitaba gimiendo por la habitación.
Las visceras arrancadas rodaron, humeantes, por la alfombra, oliendo a maíz semidigerido.
Por encima de la cama, un estómago repleto de maíz colgaba de un intestino que cada vez se adelgazaba más y palpitaba.
Ya iba a romperse el intestino, cuando encendí la luz.
Me enjuagué el sudor de la frente con el dorso de la mano.
Me vestí. Las manos me temblaban al abotonarme. Mis mangas y mis perneras eran como un saco.Toda mi ropa era como un saco. La habitación entera era como un saco. Yo misma era como un saco.
Salí al patio y vi el enorme cuerpo colgado del poste. A escasos centímetros de la nieve sangraba un hocico redondo como una concha. Un gran vientre blanco, como el de un pez preñado. Un enorme mamífero rumiante.

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